La Vejez en la Historia-Antiguedad
Introducción:
La propuesta presenta a la vejez es una construcción
social a lo largo de la historia y de las diversas teorías sociológicas y
psicológicas aparecidas sobre este tema, para hacer hincapié en la necesidad de
una nueva ética social que contrarreste los efectos de una sociedad hedonista,
consumista y apegada a la juventud como referente vital.
Vejez
Es de sobra conocida la
importancia que la familia como institución tiene para el ser humano desde su
nacimiento por cuanto cubre en sus primeras etapas, al menos, las necesidades
materiales y siempre le provee de parte de su identidad y de bienestar psíquico
a través de los lazos afectivos que genera.
No obstante, no en
todos los casos es así y desde luego, desde mediados del siglo XX se han venido
produciendo cambios con rapidez en cuanto a la estructura familiar, sus
funciones y los roles a desarrollar dentro de ella, especialmente esto último
en lo que se refiere a los ancianos que son llamados a un tipo de integración.
Aunque no la única, una de las causas
fundamentales que han llevado a estos cambios ha sido la transformación
demográfica que se ha producido, fundamentalmente en los países desarrollados,
con especial incidencia en Europa. Esta transformación se ha definido de forma
mayoritaria como un proceso que ha conllevado tres fases; las revoluciones
agrícolas con excedente de producción supusieron que era mayor el número de personas
que podían ser alimentadas lo que favoreció en gran parte el aumento de la
natalidad aunque persistía un índice de mortalidad muy alto, especialmente en
lo relacionado con la mortalidad infantil.
La segunda fase surge
como resultado de los avances en el campo de la medicina y la higiene, lo que
provoca una importante bajada en los índices de mortalidad, manteniéndose altas
las tasas de natalidad. El tercer periodo supone un decremento importante tanto
en las tasas de natalidad como en las de mortalidad, lo que ha sucedido en la
segunda mitad del siglo XX, si bien como dijimos únicamente en los países con
mayor desarrollo económico y social.
España, aunque con
retraso, se unió al grupo de países que han sufrido esta modificación
demográfica, llegando a situarse en los años noventa en el primer lugar por lo
que hace referencia a su natalidad, siendo la más baja del mundo junto con
Italia. Curiosamente, dos de los países con mayor influencia de la Iglesia
Católica. España llegó a reducir su tasa de fecundidad muy por debajo de la
necesaria para el reemplazo generacional, lo que sin embargo no llegó a
situarnos en las más altas tasas de envejecimiento que estaban ofreciendo otros
países europeos, ni se realizó al mismo ritmo en todas las comunidades del país.
La propia historia
española del mismo siglo XX y las condiciones económicas, sociales y políticas
peculiares del pueblo español supusieron que el envejecimiento no fuese
preocupante, por lo que podía suponer de desequilibrio demográfico. Tanto la
guerra civil como la emigración exterior redujeron en parte el posible
envejecimiento poblacional.
En la actualidad, otro
de los factores a tener en cuenta en demografía, la inmigración está suponiendo
un cambio importante al aumentar los efectivos de personas jóvenes y la tasa de
fecundidad española. No obstante, la posibilidad de que aumenten las cohortes
de la tercera y cuarta edad sigue siendo grande, incrementada con la
inmigración de europeos integrados en esas cohortes que están eligiendo España
como lugar de retiro para pasar los últimos años de su vida.
Al margen de la
demografía, debemos recordar que la vejez como contenido y significante no deja
de representar una construcción social, observando como la cultura occidental
en un narcisismo e individualismo, en muchos casos desmedido, plantea una
visión negativa de la vejez (el viejismo del que habla SALVAREZZA: 1998) en su
afán por negar lo que entiende que conlleva y el ser humano moderno no quiere
aceptar: decline de facultades, ocaso físico, enfermedad y muerte.
Una sociedad entregada al culto al cuerpo, al
triunfo a la competitividad y al consumo, no ve de buen grado todo lo que le
recuerde sus etapas posteriores en cuanto ser humano en un alarde de
frivolidad, olvidando que la muerte comienza con el nacimiento, y la
creatividad nunca termina si se aceptan las limitaciones de la edad y se
adaptan las potencialidades a nuevos roles.
Ciertamente nuestra
sociedad ha cargado a la vejez de prejuicios negativos y le ha privado de roles
ancestrales como fueron el mantenimiento de la tradición y la reserva del
saber, en parte fruto de lo que Margaret Mead considera el triunfo de la
familia prefigurativa (MEAD: 1971), en la que el conocimiento se traslada a los
más jóvenes, como consecuencia de una crisis social en la que el hombre pierde
confianza en la religión, la ciencia y las ideologías careciendo de seguridad.
En este caso la
seguridad sólo puede venir por el triunfo, lugar en el que no hay cabida para
el anciano y que desde el punto de vista psicoanalítico se situaría su origen
en el nacimiento de la Modernidad, con la aparición del individualismo y la
muerte del padre todopoderoso.
Históricamente la
actitud de las comunidades ante la vejez ha pasado por vicisitudes diversas. Si
bien poco se sabe de las sociedades prehistóricas, donde debieron de existir
pocos ancianos por las dificultades que implicaba la vida cotidiana, si es
cierto que las culturas orientales han solido guardar y mantener una visión
positiva y de veneración a la ancianidad que ha alcanzado incluso a la mujer de
edad, aunque sólo sea por su papel de intermediaria entre generaciones.
Esto mismo ocurrió
incluso en la Europa precristiana donde la mujer vieja oficiaba rituales y
realizaba tareas de educación y sanación como representante humana de la diosa
madre en su época de mayor sabiduría. Todo ello viene abajo como consecuencia
de la implantación de culturas patriarcales que invocan la sumisión para la
mujer, quedando ésta relegada y profundamente despreciada en la última etapa de
su vida por haber perdido el único valor que se le concedía, la capacidad de
ser madre.
La mujer que supera la
menopausia pierde incluso la posibilidad de ser objeto de atracción erótica en
culturas fuertemente masculinizadas, con lo que se le niega toda capacidad de valerse
por sí misma, siendo exclusivamente valorada por su capacidad de sacrificio en
pos de los demás.
Tanto ha sido así, que
las mujeres que osaron alzar la voz públicamente en los últimos siglos, no solo
eran poco numerosas y sí privilegiadas, pues al no ser líderes en su mayoría ni
con fuerte presencia documental, se alzaron con valor pero utilizando la
autohumillación como recurso con objeto de no ser tachadas de prepotentes o de
varones con faldas, véase si no la obra de Santa Teresa de Jesús, para limitarnos
a un solo ejemplo.
No obstante, la
Antigüedad otorgaba fuerte valor al viejo varón, al que se consideraba
depositario de la sabiduría de la comunidad, y se ha venido manteniendo hasta
la actualidad en ciertas culturas orientales y africanas, donde la expansión de
la cultura occidental y la labor de los medios de comunicación junto con el
acceso de los jóvenes a las universidades ha ido dando al traste con el respeto
que hasta hace muy poco seguían gozando los ancianos en estas latitudes.
La primera queja
escrita que conservamos sobre las penalidades de la vejez, aparecen en el texto
que recogemos del visir egipcio Ptah-Hotep, redactado unos 2500 años antes de
Cristo durante el reinado del faraón Isasi de la quinta dinastía: ¡Oh Soberano,
mi Señor! La vejez ha sucedido, y la edad ha llegado, la debilidad ha venido y
la debilidad se renueva, como los niños, uno duerme todo el día.
“Los ojos quedaron debilitados y los oídos
ensordecidos. La fuerza expira a causa del cansancio de mi corazón. La boca
está callada y no puede hablar. La memoria se termina y no puede recordar el
ayer. Los huesos han sufrido a causa de la longevidad, lo bueno se ha transformado
en lo malo. Todo sabor se ha ido. Lo que hace la senilidad a los hombres es
malo en todas las cosas. Las narices han bloqueado y no pueden respirar. Vivir
(lit.: estar sentado y estar de pie) es difícil”.
Platón
El mundo griego, por su
parte, presenta una visión ambivalente de la ancianidad, destacando por el
respeto otorgado a los mayores, la rama espartana bajo el mando de la gerusía o
senado compuesto por mayores de sesenta años y elegidos por el ejemplo moral
que habían establecido a lo largo de sus vidas.
Atenas, sin embargo,
vio la pérdida de poder de los arcontes establecido por Solón con la llegada de
las instituciones democráticas y el amor a los cánones de belleza física
encarnados por los cuerpos jóvenes, tan queridos por los dioses. Aún así, se
observan visiones contradictorias, pues ante la actitud mantenida son numerosas
las leyes que se promulgan enfatizando la necesidad del cuidado y del respeto a
los ancianos a la vez que surgen los primeros asilos destinados al cuidado de
estos, como el de la casa de Creso.
No está de más recordar
que frente al conocido pensamiento de Platón se encuentra el no menos conocido
de Aristóteles. Si Platón reconocía un valor positivo a la vejez afirmando que
aprendía cada vez más cosas a medida que envejecía, Aristóteles lo consideraba
una enfermedad incurable, alejándose del mito griego del viejo Hermes como encarnación
del poder del intelecto y asemejándola al invierno como etapa de enfriamiento y
decadencia siguiendo las líneas trazadas por Hipócrates.
Pitagoras
También Pitágoras
alababa la vejez como la recompensa a una bella vida y Gorgias entendía que no
había nada de qué acusar a esa edad. Ya en Eurípides se observa una visión
ambigua sobre el tema, defendiendo y atacando la vejez al mismo tiempo, una
edad que pasará a ser objeto de burla constante en las obras de Aristófanes y
Menandro.
Roma
La antigüedad romana
presenta un panorama semejante en cuanto al paso del respeto a la vejez a
rehusarla como mal y blanco de chanza. Realmente el peso demográfico de los
ancianos era mayor que en el mundo griego, destacando especialmente los varones
a diferencia del mundo actual caracterizado por la feminización de la
ancianidad.
A diferencia de la
mujer anciana, especialmente la viuda o soltera, claramente vilipendiada hasta
los últimos tiempos del imperio en que comienza a valorarse la figura de la
matriarca, el varón anciano tuvo su gran esplendor durante la república
ejemplarizado con el papel otorgado en el derecho al pater familias.
Figura omnipotente en
el ámbito doméstico que llegó a conciliar en muchos casos los odios de los
demás miembros de la casa, y con su lugar en el poder público como miembro del
Senado, situación que irá declinando a favor del ímpetu y la fuerza juvenil con
la institución del Imperio.
Ciertamente y como ha
solido ocurrir a lo largo de la historia, el anciano que se menciona es el
anciano con poder, adulado o detestado, pero no el que carece de ello, para el
que sólo queda compasión o desprecio. Frente a Cecilio que observa la vejez
como odiosa a los jóvenes o Juvenal que la entiende como un condenarse a la
tristeza, aparece un Cicerón que por boca de Catón el viejo en su obra sobre la
vejez, la describe como solamente negativa para los necios que no han sabido
cuidarse de sus vicios durante la juventud y la edad adulta.
La vejez no es sinónimo
de enfermedad y puede seguirse aprendiendo ejercitando las capacidades físicas
y mentales, pues las grandes cosas no se han hecho por la fuerza si no por el
consejo, algo que sólo puede ofrecer el anciano debido a su experiencia y
alejamiento de las pasiones.
Contra los que ven en
la ancianidad una etapa decadente que aparta de las actividades, debilita el
cuerpo, priva de casi todos los placeres y no está lejos de la muerte, Cicerón
aboga en su defensa alegando que hay actividades propias de la ancianidad que
se realizan con la mente, mayores y mejores que la que realizan los jóvenes.
Las capacidades,
especialmente las psíquicas y mentales no se pierden si se ejercitan, pues
muchas de las obras inmortales han sido realizadas por personajes conocidos en
su ancianidad, que no hay nada mejor que verse libre de las pasiones a las que
llevan el deseo y el placer físico obnubilando la inteligencia, aunque la vejez
no está exenta de los placeres si no que los busca con moderación
Ana Esmeralda Rizo
López PROFESORA TITULAR DE SOCIOLOGÍA
Leer el trabajo
completo en : www.revistakairos.org
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